Inspiradas en pinturas rupestres sudamericanas, estas piezas hacen referencia a murales prehistóricos donde los cazadores-recolectores plasmaban huellas de manos en las paredes de las cuevas. Se desconoce el propósito exacto de estas marcas, aunque algunos estudiosos las interpretan como una expresión del deseo humano de ser recordado. Cada lámpara está tallada a mano en tezontle en la Ciudad de México.

Con el tiempo, el agua y la arena transforman lo roto en algo nuevo. Inspirada por ese proceso, inicié una exploración material con glicerina, un medio que no había trabajado antes, para reinterpretar desde lo artificial, esa erosión natural y traducirla en un gesto cotidiano.

Durante meses, recolecté vidrios rotos provenientes de objetos antiguos, observando sus formas y texturas. A partir de ellos, fabriqué una serie de jabones que replican sus cualidades visuales y formales.

La fricción del uso, el acto repetido de lavarse las manos, activa una transformación lenta: la superficie se desgasta, se redondea, se suaviza. Las manos actúan como el mar. Cada pieza cambia con el tiempo, como si el agua dejara en ella una última huella.